jueves, junio 05, 2008

Me costó trabajo, pero sobre todo tiempo, para dar con ella, y en todo caso el mérito no es propio, la casualidad tuvo aqui el papel principal. Mi investigación en Ucrania había llegado a su fin. Después de haber agotado mi beca y de haber recorrido casi todas la bibliotecas públicas y registros policiales de la URSS que estaban siendo desclasificados, los frutos habían sido bastante menores. Al menos mi consciencia estaba tranquila, y por eso decidí pasar a San Petersburgo antes de regresar a España a intentar poner orden en toda la información recabada sobre las inmensas zonas oscuras de la biografía del Dr. Chesky. Me reuní allí con una vieja amiga de los tiempos de Berlín y que ahora vivía en esta ciudad y nos fuimos de fiesta por los bares de turistas, que eran los únicos que ella recomendaba para gente de aspecto extranjero como nosotros. Según lo que me dijo, no hay que menospreciar lo que dicen las leyendas sobre la mafia rusa. Además había un motivo especial, un regalo -según ella- que decía tener, y asi me lo pareció, un gran regalo, sin duda. Me dijo que hace poco (durante una excursión a Praga) había conocido a un tipo, un investigador de la vida cotidiana durante el régimen soviético, que aseguraba conocer a una mujer que tenía en su poder los diarios de su juventud, y que en ellos habían bastantes referencias a un tal Cheski, extraño personaje de quien fue amante durante unas semanas en épocas remotas, en los años 20´s. Hasta el momento no tenía nadie que yo sepa, la referencia de que Chesky haya pasado unas semanas o meses, ni siquiera de visita en San Petersburgo, asi que mi entusiasmo no conocío límites al verme de pronto en esa situación. Dos años de investigación daban asi, de manera casual, los frutos deseados. No fué dificil dar con el amigo de Silvia, a quien el dr. Chesky le sonaba de algo, pero no sabía decir si del ámbito de la biología o de las humanidades. En todo caso un pintor no era, asi que cuando conocío a Silvia le hizo el comentario por si ella sabía algo, pero más que nada para tener un tema de conversación. Silvia, que estaba al tanto de mi investigación y de mi pasión por este personaje, de inmediato le habló de mi, y al regresar del viaje me escribió para contarme que tenía una sopresa, pero me la condicionó a que debía ir a visitarla. (Somos grandes amigos desde hace muchos años).

En un par de días estábamos en el umbral de una casa antigua y pequeña, con olor a humedad y a sábanas viejas en donde nos esperaban ya una anciana desdentada que bien podría tener 200 años y su cuidadora, una enorme rusa que parecía más fuerte que un toro. Siéntense, nos dijo la anciana, a quien por sugerencias de Silvia cambiaré el nombre y nombraré Olga. Nos acomodamos en unos cojines que no correspondían a las costumbres de esa zona geográfica, sino que daban pie a pensar que Olga era en realidad descendiente remota de los antiguos pobladores de Turquia o de Uzbekistán. El amigo de Silvia y nieto de Olga, comenzó a advertirnos unas cosas que Olga le pidió que nos dijera. En efecto, estaban a nuestra disposición la parte de los diarios de esas épocas, y en efecto, figuraba alli el nombre de un señor de apellido Chesky. Olga sabía en esos tiempos que ese señor era un escritor, o algo asi, pero no fué sino hasta mediados de los 90´s, hace cosa de 5 años, que supo que era un escritor que se estaba volviendo famoso, que algunos investigadores occidentales y ex-soviéticos lo estaban rescatando del anonimato en que el régimen detrás de la cortina de hierro lo había mantenido sumido durante tanto tiempo. Durante la mayor parte del siglo nadie sabía que existía un poeta de altos vuelos, pensador original y hombre excéntrico más allá de las connotaciones que la burguesia o el comunismo atribuían a esa palabra. Hay quienes prefieren ver en Chesky hoy día, más a un místico que a un escritor. Otros, menos entusiastas, lo consideran el primer posmoderno, auténtico heredero de Nieztsche, minimalista a veces, barroco extático de vez en cuando, siempre contra la corriente de las masas, héroe de locos y por qué ocultarlo, jugador genial de pokar. Todas estas facetas han podido descubrirse recientemente gracias a las investigaciones de algunos eruditos y de algunos aventureros. El régimen soviético ciertamente no vió nada de él que según su criterio valiera la pena. Debido a eso tal vez, Chesky no sufrió demasiado en carne propia el terror de las purgas, y nadie hasta ahora puede afirmar que haya estado prisionero en Siberia o que había sido torturado. Según algunos otros biógrafos existe un oscuro episodio en que Chesky fué interrogado toda una noche en un crudo invierno, pero según parece indicarlo su diario, no se trataba de imputarle ningún delito, sino de asegurarse que no sabía nada de actividades subversivas entre sus conocidos. Pese a esta opinión común, hay un articulo recientemente publicado en la revista ¡Bogisnkaya!, por parte de un joven estudiante de matemáticas que afirma haber descubierto mensajes cifrados en los poemas inconclusos de Chesky. Los resultados son poco heróicos o subversivos, en su mayor parte son oscuras menciones al mal clima. Lo único significativo es la reiteración en más de un centenar de ocasiones de una frase por demás inquietante: Bach es la duda del viento.

En esos tiempos, sin embargo, Chesky era para Olga simplemente un hombre atractivo, dotado de una brillante inteligencia que se notaba incluso en el mercado donde se conocieron. A decir verdad, Olga no estaba seguro que su chesky y mi Chesky fueran la misma persona. Alguna vez había visto una foto suya pero ella lo había conocido sin barba. Había un problema, continuó el nieto de Olga, al que también he cambiado el nombre pero que llamaré Iván. En la época en que Olga conoció a Chesky y se hicieron amantes, ella estaba casada con el que fué su marido hasta que murió en la década de los 70, asi que tal vez para mitigar una culpa que no la dejaba morir en paz, accedió a mostrarnos esos diarios, sacando a la luz su pecado, indecisa sobre si lo hacía para expiarlo o simplemente por que ya no se sentía con obligación de esconderse o de rendirle cuentas a nadie, ni siquiera al fantasma o memoria de su marido. La habitación estaba en penumbras pese a que era medio día, las cortinas eran de lana gruesa y opaca y solo alcanzaba a colarse un haz de luz que iba a parar en una estufa de leña en la que se calentaba agua para café. La enorme matrona, dueña de una delicadeza de movimientos digna de un hipopótamo sumergido en un río, nos alcanzó nuestras bebidas. Olga había cerrado los ojos, y dada la actitud de Iván y de la enorme valquiria, (a quien por economia y consideración llamaré Nadja), que se quedaron quietos y callados bebiendo su café (un café fuertísimo) como si estuvieran esperando una noticia muy importante de alguien que estuviera por llegar, Silvia y yo hicimos lo mismo. Suponiamos que Olga dormía y dado que sus vigilantes no decían nada, suponíamos que despertaría de un momento a otro, asi que nos quedamos mirando al suelo, sorbiendo la bebida caliente que para entonces ya me resistía a llamarla café, haciendo el menor ruido posible. Y supusimos mal, la venerable Olga, que haciendo cuentas superaba al menos por unos meses los 100 años de vida en esta tierra de ayes, se quedó perfectamente quieta y profundamente dormida por mucho tiempo. Su respiración silenciosa llenaba a cada segundo de un penentrante olor a viejo todos los rincones de la casa, nuestras ropas, nuestras memorias, y las horas se hicieron interminables. Cuando, al cabo de media hora del sueño de Olga intenté pedirle una explicación a Iván, éste me pidió silencio con la mano y con una expresión de fastidio, como si fuera muy natural que yo debiera entender que esperar en estas circunstancias era lo que debía hacer. Al cabo de una hora fue Silvia la que intentó moverse para poner sobre una mesita su taza de café, siendo reñida por la flamigera mirada de Nadja, quien de haber podido hacer más ruido, seguramente la habría alzado en vilo sobre sus hombros y arrojado por la ventana, en medio de un estrépito de vidrios rotos y de ayes en español proferidos en tierras donde sólo se oían ayes en ruso. Asi que nos resignamos y pasaron 4 horas hasta que en medio de un poderoso suspiro lanzado por Olga, suspiro que ponía fin a su siesta de la tarde, el tiempo comenzó lentamente a ponerse en marcha de nuevo. Muéstrales, digo Olga a Nadja, y la enorme suegra de Thor nos extendió a Silvia y a mi unos viejos cuadernos cuya tapa tenía un color original imposible de descifrar...

lunes, octubre 08, 2007

Los biógrafos del Dr Chesky han dado recientemente con un hilo extraviado de la ya de por si compleja y esquiva biografia de este ruso inmortal. La Dra Woo, dió a conocer recientemente el hallazgo de unas actas de nacimiento que la hicieron llegar hasta España. Toda la familia conocida del Dr. Chesky murió durante la segunda guerra mundial o durante el régimen que la siguió. Woo logró averiguar incluso el nombre del campo siberiano donde están enterrados los restos de Volodya y Slava, sobrinos segundos de Chesky. Sin embargo, de las actas de nacimiento mencionadas se deriva claramente el nacimiento de un hijo que Sviatoslav (Slava) tuvo con la cocinera de un barco pesquero gallego que encalló durante el invierno en las frias aguas rusas. Al parecer, -siempre según Woo, doctorada en Friburgo- Slava y Yolanda se enamoraron al grado de que ella renunció a su puesto en el barco, que zarpó sin ella apenas mejoraron las condiciones del clima, y vivieron felices hasta un año después, cuando ella se enamoró de nuevo, esta vez de un grumete rumano de fuerza prodigiosa con el cual escapó.


Con el inicio de la guerra, el niño fue puesto al cuidado de la embajada española, pues Slava fue de inmediato mandado al frente, lugar en donde a base de milagros sobrevivió al invierno y a los alemanes. Sin embargo fué finalmente asesinado en condiciones poco claras en la remota región de Tunguska, mientras se hacía célebre por su debilidad pero también por su tezón y terquedad ejemplares, al empeñarse en seguir participando en los torneos de vencidas que organizaban regularmente los condenados a ese remoto agujero. Asi pues, el régimen Franquista español, fecha la llegada de Octavio Castro, (Woo asegura tener en su poder, el acta de nacimiento que le fué hecha al niño a su llegada a España, en donde evidentemente le pusieron el nombre que mejor les pareció, y le cambiaron el apellido ruso que tenía -"poco cristiano" según las conjeturas de Woo- y le pusieron el de su madre, cuya identidad estaba perfectamente documentada), en el año de 1940, y como no habia señales de Yolanda, fue de inmediato asignado a una casa de acogida para huérfanos dirigida por el Opus Dei.



Recalcitrantemente introvertido, Octavio se negó a hablar hasta bien entrados los 8 años, tenían que limpiarle el culo hasta los 7, darle la comida en la boca hasta los 6. Hoy, casi a la edad de 70 todavía se orina en la cama. El niño fué enviado a Madrid a la edad de 16 años, sabiendo carpintería y según él, contento de que nadie se haya atrevido a adoptarlo. Vagabundeó aqui y allá -"nunca he sido un animal de trabajo", asegura-, aceptando con el paso de los años lo que otros llaman holgazanería pero que para él es una incontestable vocación místico-ascética. Según él mismo, debido a su estancia bajo los cuidados del Opus, esa vocación no pudo ser canalizada por la vía del sacerdocio católico, pues las heridas emocionales eran demasiado graves como para tener esa inclinación. En cambio, como sucede tantas veces, el arte fue el camino por el que tanto de su interior pudo salir a la luz. También es aficionado a la astrología y a la ufología, a la criptozoología y a las teorías de la conspiración. Sus gustos musicales son amplísimos, desde Bach, a quien venera con algo parecido a la saña, a la envidia; hasta John Williams, quien es según su parecer heredero de Tchaikovsky, lo mismo que Schönberg es heredero de Haydn. Prokofiev por ejemplo, según Octavio no es heredero de nadie. Este es su compositor favorito.



En los 70, vivió mucho tiempo en la calle, esbozando, pensando, escribiendo poemas en papelitos que luego olvidaba o regalaba a personas que lo echaban al cesto de la basura a la primera oportunidad. Su hora no había llegado, pensaba, convencido de que algo inminente, brutal, estremecedor ocurriría en algún momento. Aseguraba no haber leído más de 4 o 5 libros en toda su vida: Una versión para niños de las mil y una noches, comics del llanero solitario (para él, estos comics cuentan como libro), una novela de misterio cuyo título, trama y autor ha olvidado por completo y un libro o novela de la que no recuerda nada, salvo que hablaba de un niño solitario cuyo gran placer en la vida era ver hacía arriba en las tardes nubladas. No en las mañanas nubladas, no en las noches nubladas. Sólo en las tardes. El niño estaba enamorado de una niña pálida y delgada, muda, de pelo rizado, negro. No recuerda si el niño era mudo también, o no, lo que si recuerda era que ese niño escribía, y que todos sus textos iban a parar a las manos de la niña, y que ella los hacía una bolita con suavidad, con delicadeza, con amor tal vez, y luego los quemaba y se iba.



Su producción es en cambio enorme. Tiene en su casita de balas de paja en la que vive desde hace casi 20 años, (decidió asentarse en un valle a las afueras de Madrid a la edad de 50 años. Según él a esa edad sentía con fiereza que el evento que iba a cambiar su vida ocurriría de un momento a otro, se hizo vegetariano y se quitó los zapatos para no volver a usarlos, al menos hasta el día de hoy) toda una pared tapizada de textos que no le interesa publicar. He estado en ese cuarto, en esa habitación (no me atrevo a llamarle casa). Allí parece no habitar sino un fantasma viejísimo. Pedí permiso a Octavio para hojear sus textos. Ni me miró ni me contestó; se sentó a beber una infusión, escribiendo, garrapateando, suspirando, mirando hacia arriba, tocándose la cabeza. Tomé valor y me dirigí a esa pared en donde vegetaban en frágil equilibrio tantos y tantos textos -todos en libretas-. No tenía idea de que contenían. Ya en ese trance, no tenía idea de que demonios era lo que estaba yo haciendo en la habitación de un loco. Tomé una libreta al azar y la primera página estaba llena de una sola oración. "No soy Octavio". Me asusté, asi que pasé de página: Las hojas eran todas iguales. Toda la libreta, en letra minúscula decía lo mismo, sin comas ni puntos, solo esto: No soy Octavio. Me dió miedo seguir viendo, me di vuelta y lo ví sentado en la misma actitud y asi estuve durante un buen rato, mirándolo en silencio sin que él se diera cuenta de nada. De repente sonrió y dijo joder, acabo de recordar cuál es el otro libro que leía de niño, un ejemplar con dibujos, a manera de comic de las vidas de algunos santos; san Antonio, dijo, si, Antonio y Benito, claro. Me pareció que estaba emocionado, pero no me atrevería a asegurarlo. Siguió sonriendo mientras murmuraba algo y luego se sumió de nuevo en sus esbozos. Salí del cuarto a fumarme un cigarro y al pasar junto a él vi que además de letras dibujaba un insecto, un insecto gordo y con antenas serradas. Una vez afuera, prendí mi cigarro y pensé de debía calmarme. En eso lo vi, un enorme abejorro me observaba desde un matorral cercano. Me dieron ganas de llorar y lloré.

miércoles, septiembre 19, 2007

Más poemas inéditos del Dr. Chesky

A pesar de que distintos especialistas se han dirigido a nosotros denunciando la calidad de la traducción y aun la autenticidad de los poemas que nos remitió recientemente el poeta cubano J. Caimito de Guayabal, hemos decidido publicar esta nueva entrega de seis fragmentos que habrían sido escritos por Chesky después de la muerte de la gran bailarina Nadiuska.

1.

entre risas, entre
el ruido las
-------- entre
dioses
ciegos
te vi
huir


2.

dos luces
dos
tres ----- tres
la carne
------ dos veces te
recorre el
tiempo


3.

otra vez, hoy
otra vez


4.

una luz, una
sombra
una llama de ------
la luz de la luz de


5.

septiembre cómo
caminamos ibas
sola aquel
septiembre
caminaste
dormida una noche
caminaste dormida


6.

subiste cien
cimas y
-------

domingo, septiembre 09, 2007

Dos poemas del Doctor Chesky


Luego de la muerte de su esposa Nadiuska, Chesky escribió una serie de poemas de los que hemos seleccionado dos, en traducción del poeta cubano J. Caimito de Guayabal.


1.

Donde hubo
árboles

donde
pasaron
las ruedas

Renacer


2.

En tu
nombre doce
letras

en
tu boca
dos

y la sombra
que
brevemente

te ha rozado

sábado, julio 01, 2006

Viena, un cuento inédito del Dr. Chesky


Viena dormía poco. Cerraba el café a las siete: los dueños le confiaban las llaves sin ningún problema; ella era bastante confiable, y tenía veintinueve años, lo que en aquel tiempo ya era mucho, y estaba sola, según se sabía —no hablaba de esas cosas— y a las siete se iba a su casa y nada más.
Una vez en casa, o bien en el lugar que ella usaba para irse a dormir cuando salía del café: un cuarto minúsculo al que una enorme cama de matrimonio hacía parecer aún más pequeño; cuando llegaba ahí ponía una tetera y se comía un pastelillo de los que le regalaban en la cafetería, pasteles con nata por encima o rellenos de nata, con trozos de chocolate. Después de la cena se sentaba un rato a leer alguna cosa —no leía mucho: poemas románticos, noticias del día— e inmediatamente después comenzaba su ritual.
De niña, esa era la hora de oír a los padres a través de las puertas, de otear en las cerraduras de la casa sin miedo a ser descubierta por la única sirvienta: eran pobres y no podían permitirse una sirvienta que viviera con ellos; así que había contratado a Rosier, que era judía y era pobre y que al terminar su trabajo se iba a cuidar a sus hijos. De modo que después de las ocho o las nueve, cuando los padres de Viena la imaginaban dormida, ella estaba en realidad oteando detrás de las paredes, silenciosa detrás de las puertas, oculta en la minúscula cocina.
Cuando sus padres murieron ella fue a vivir con la señora Saltzer y comenzó a trabajar en el café. Al principio estaba claramente extraviada, aunque no estaba triste. En todo caso, en cuanto pisó la casa de los Saltzer, que también eran dueños de la cafetería, abandonó su costumbre de espiar. A los veintiséis consiguió ese cuartucho: sólo en el contexto de la rebeldía romántica que invadió el mundo desde entonces —y que no lo ha abandonado aún— podía entenderse que aquella joven viviera sola, aunque también era cierto que técnicamente era una solterona y que su habitación pertenecía a la pensión de Frau Leyden, una mujer sobre cuya reputación apenas había alguna duda.
Así que Viena, a los veintiséis años, comenzó de pronto aquel ritual que no suspendía nunca, ni siquiera resfriada o con un fuerte dolor de estómago, después de comer alguna tarta sospechosamente ofrecida por alguna de las nuevas camareras. Cada noche, Viena se desnudaba y se miraba un buen rato al espejo —miraba sus costados, sus nalgas—, después se ponía lentamente unas medias de seda blancas que parecían más apropiadas para una novia, se ceñía el corpiño y luego, semidesnuda, sensual, se tendía en la cama e intentaba mantener los ojos abiertos el mayor tiempo posible, como si esperara la visita de alguien. Después de un rato, por supuesto, el sueño la vencía, y al día siguiente debía levantarse temprano para ir a trabajar.
En todos los años que llevaba trabajando en el café, Viena había conocido a muchos hombres, y había recibido invitaciones de unos cuantos: propuestas que variaban en tono y que disfrazaban distintas intenciones. Sin embargo, a los veintinueve años, Viena apenas había salido con alguien. Hubo un chico alguna vez, pero sus padres lo reprendieron y él abandonó toda pretensión con una joven que al fin y al cabo no era más que una camarera, y que ni siquiera era particularmente bella.
Cuando apareció Jan, sin embargo, todo fue distinto: Viena no tenía idea de la posición social de aquel joven que aparecía vestido con modestia, pero también con una rara dignidad; debía tener veintidós o veintitrés años, cuando mucho: lo miró en medio de varias personas, callado, sin intervenir apenas en la conversación y pronto descubrió que él estaba mirándola.
Después de muchos días, Jan se apareció en la puerta del café a la hora en que Viena salía y comenzó a hablarle. Ella tenía prisa por causa de su ritual, y sin embargo se quedó unos minutos respondiendo preguntas obvias y sonriendo un poco, apenas lo necesario para mostrar que no estaba del todo aburrida.
Jan consiguió lo que quería de una manera mucho más fácil de lo que hubiera podido imaginar. Salían un rato después de las siete y luego él acompañaba a Viena a su casa. Alguna vez, ésta incluso pidió a los dueños de la cafetería que le permitieran irse y pasaron la tarde entera en el Prater. No le tomó muchos días convencerla de acompañarlo a su casa y ahí se acostó con ella, tocándola con más extrañeza que pasión, aunque eso él fue incapaz de verlo. Viena accedía, pero después se iba invariablemente a su casa, y todo lo que ella tenía que hacer solamente se retrasaba un poco.
El último día, Viena actuó de modo distinto. Insistió en ir inmediatamente a casa de Jan y en cuanto llegaron ahí comenzó inmediatamente a desnudarse y a exponerse a las miradas del joven como no lo había hecho nunca antes. Jan estaba confundido: hasta el día anterior presumía a sus amigos los detalles de su conquista, pero esa tarde descubrió que amaba a Viena y que, por encima de todo, deseaba protegerla. Se entregó a Viena con un entusiasmo que podría llamarse femenino, y cuando vio que ella no pensaba irse a la hora acostumbrada se acostó a su lado y se puso a imaginar un destino común hasta quedarse dormido.
Es inútil especular sobre lo que Viena pensaba mientras veía a Jan dormir. Se acercó a la silla donde había dejado su vestido y de entre las ropas sacó un instrumento largo y agudo. Sin nerviosismo lo introdujo en la boca de Jan y lo clavó ahí, en algún lugar de la garganta; Jan comenzó inmediatamente a ahogarse, incapaz de emitir un grito: tardó un buen rato en morirse. Eran casi las tres de la mañana, así que Viena cubrió tiernamente al joven, se vistió con cuidado y salió a la calle.
Al llegar a casa, volvió a desnudarse frente al espejo, se miró un largo rato, se puso las medias blancas, y, finalmente, se tendió en la cama enorme, intentando con todas sus fuerzas no quedarse dormida.


Traducción del alemán de J. Caimito de Guayabal

martes, junio 27, 2006

Una lectura de Sofia, del Dr. Chesky

(Transcripción de un fragmento de la conferencia que el Dr. Donatello Pérez-Black Duocastella ofreció en el Ateneu del Barri de Gràcia, en Barcelona, el 19/06/2006. La conferencia se dictó originalmente en catalán y ha sido traducida por Juan Antonio Montiel).

Antes de pasar a la lectura del famoso cuento Sofía, que orifinalmente apareció en Literatura y ajedrez, publicado en 1924, consideremos [inaudible] del conocido filósofo alemán Peter Sloterdijk:

"Cada uno de nosotros es paranoico en la medida en que se identifica con su nombre interior como con una misión. Porque mi nombre nunca me pertenece a mí, a no ser, a lo sumo, en forma de préstamo o, lo que es peor, determinando un equívoco, al delatar únicamente cómo me nombran los otros. (Aquí hay que decir 'nombran' como se dice 'producen' o 'suprimen'.)"

Como recordarán, Sofía se resuelve de una manera ciertamente inesperada, cuando la protagonista se suicida por inmersión en un lago; aquel acto, sin embargo, está presidido por un gesto que es forzosamente la clave de cualquier interpretación del cuento: la protagonista se arranca del cuello un colgante con su nombre (por ese motivo me he permitido citar a Sloterdijk). En primer lugar, debemos advertir que no puede ser casual que ese nombre sea justamente Sofía, una palabra que, como saben, es el equivalente griego del español sabiduría.
Sin embargo, conviene ir paso a paso: la renuncia al nombre propio, simbolizada por el gesto de arrancarse el collar, podría funcionar por sí misma como una resolución para la trama, sobre todo si consideramos que la sangre que cubre el lecho de Sofía en la primera escena corresponde a una herida simbólica -ella es incapaz de encontrar una herida real en su cuerpo- y que, en ese sentido, no es más que una estrategia del cuento para hacer comparecer en la trama el elemento sangre y, de este modo, la filiación, que en el caso de nuestra cultura es también el nombre del padre y/o el nombre que me ha sido dado por el padre.
Algunos críticos, entre los que destaca el norteamericano (de origen coreano) Moon Park, se han apartado un tanto de la ortodoxia al postular un comienzo antes del comienzo en el caso de Sofia y de muchos otros relatos del doctor Chesky. Se apoyan en diversos textos filosóficos de nuestro autor, escritos en los que Chesky hacía referencia al hombre como un ser vivo al quer corresponde un doble nacimiento: uno biológico y otro simplemente lógico, es decir, vinculado con el Logos, la palabra. Desde este punto de vista, el acontecimiento precede a toda comprensión y también es simultáneo con respecto de la comprensión, aunque transformado, ya sea en una certeza, la de la propia existencia, o en un enigma: el del nacimiento. Partiendo de este punto, Moon Park postula dos posibles explicaciones a la sangre del lecho de Sofía, que otros muchos lectores se han contentado con considerar fantástica: la primera de estas posibilidades es que esta sangre apele al propio nacimiento de la protagonista, o en todo caso a un segundo nacimiento. La segunda posibilidad es que aquella sea la sangre del padre: una gran cantidad de lectores han visto el parricidio como el eje que atraviesa los cuentos de Literatura y ajedrez. En caso de aceptarse esta hipótesis, habrá que decir que Sofía no está muy desencaminada cuando busca la fuente de la sangre del padre en el propio cuerpo. Finalmente, está claro que existe otra posibilidad que Moon no contempla: se le conoce por ser un tanto mojigato [risas del público]. Me refiero a que la sangre que aparece en la cama de la protagonista sea su propia sangre menstrual: teniendo en cuenta la descripción que Chesky hace de la habitación de Sofía y el énfasis en su condición solitaria resulta fácil imaginarla como una especie de solterona de mediana edad; no hay, sin embargo, ninguna indicación en el cuento que nos permita cotejar esta impresión: Chesky nunca menciona la edad de su personaje. Nada impide, por tanto, que Sofía sea una adolescente.
Sorprendentemente, es posible avanzar en la interpretación del cuento sin decantarse por ninguna de las posibilidades que hemos enumerado: en los tres casos la sangre trae a colación el vínculo paterno filial que, como hemos visto, está relacionado con el nombre mismo, no sólo desde la perspectiva de que el padre dona el apellido a los hijos, sino -en consonancia con las ideas del propio Chesky-, en tanto el padre simbólico es intercambiable por lo que Gadamer y otros han llamado la tradición, que en este caso puede entenderse como el yo que me antecede a mí mismo, o bien, incluso, el mundo; lo que está ahí antes de que yo aparezca y que me determina fundamentalmente: el lenguaje, por supuesto. En este orden de ideas, el gesto de despojarse del nombre -del collar- es, por supuesto, un exabrupto, y un acto de rebeldía que es también un acto de comprensión de la propia manera de ser en el mundo.
Si asumimos, por ejemplo, que la sangre en el lecho de Sofía es su menstruo, estaríamos en camino de entender que lo que Sofía está rechazando al arrancarse el pendiente con su nombre es la propia filiación, en tanto la menstruación es el signo de su capacidad de engendrar. Eso, sin embargo, no explica el suicidio, a menos que, como hemos apuntado antes, hagamos intervenir en la lectura del cuento el asunto de la libertad. Si, como afirma Gadamer, somos efecto de una tradición que nos precede y nos determina, no ha lugar la discusión del acto subjetivo que supone nuestra condición de individuos. Chesky no parece rebelarse frente a esa idea, y esa es la perspectiva que parece reflejarse en su cuento -haciendo a un lado momentáneamente la compleja relación entre autor-persona y autor-implícito-: la sabiduría del personaje femenino, vale decir, la evidencia de una comprensión que surge en ella (la descubrimos repentinamente"presa de una extraña serenidad"), no es solamente la rebelión contra el propio nombre, sino el suicidio. Se entiende que, para este personaje, el único acto libre es la propia muerte.

miércoles, junio 21, 2006

Una teoría sobre la vocación literaria del Doctor Chesky


El Doctor Chesky no fue un escritor precoz -y tampoco fue siempre viejo, como afirman algunos cínicos-. Sin ser un niño común, a causa de su salud precaria y su temperamento tenaz, se entretuvo sin embargo en imaginaciones eminentemente infantiles: el investigador Donatello Pérez-Black Duocastella ha dado a conocer algunas cartas que Chesky escribió a su amiguita Angela cuando ninguno de los dos superaba los once años; en éstas, el futuro escritor revela una de sus aspiraciones secretas, no por infrecuente menos atribuible a un infante: en su niñez, Chesky soñó ser un santo.
Angela participaba de los complejos rituales imaginarios de su compañerito con actitud de víctima propiciatoria: ella era la enamorada que se sacrificaría para que Chesky alcanzara enormes alturas espirituales. Así, cuando menos, lo da a entender la madre de Angela, un tanto preocupada por la tristeza que envolvía a su hija, en una misiva que se conserva en ciertos archivos de un particular en Viena. La señora von Hofstadter estaba obligada a leerle las cartas a su hija, renuente siempre a la alfabetización, así que conocía los detalles del asunto.
Según se sabe, Chesky salía a las calles bendiciendo a la gente, lo que provocaba las actitudes sumisas de unos cuantos -que lo veían aparecer como un enviado de Dios-, las risas de muchos, e incluso una que otra agresión aislada.
El propio Pérez-Black Duocastella ha interpretado estos juegos infantiles en un sentido un tanto inesperado: en su opinión, el niño Chesky no estaba realmente volcado en los asuntos de la divinidad, sino en la aceptación general y en la fama que rodeaba a ciertos predicadores de su entorno. El sacrificio propuesto tácitamente a Angela no era, en este sentido, un asunto espiritual, sino la simple y llana consagración de un ego infantil un tanto desbordado.
Por otra parte, habrá que decir que aquellas cartas en las que Chesky y Angela tratan este curioso asunto no pueden considerarse anuncios de una futura vocación literaria; se trata de escritos dispersos, breves, y absolutamente deudores de la retórica de la época: las cartas de un niño cualquiera del siglo XIX.
¿Cómo surgió, entonces, la vocación escrituraria de Chesky? En este punto, la opinión de Pérez-Black es, si cabe, más sorprendente. El investigador recurre a una curiosa anécdota que nuestro escritor habría contado a uno de sus patrocinadores en California, ciudad que, como se sabe, presenció sus últimos años. Después de padecer el exilio familiar en Viena, Chesky se desplazó a París, lugar en el que comenzó sus luego inconclusos estudios de medicina; en camino a la ciudad luz, más puntualmente en un pueblo llamado Verdún, no muy lejos de Estrasburgo, Chesky presenció el espectáculo insólito del derrumbamiento de la torre de una iglesia. Según el relato del propio Doctor Chesky, esa misma noche escribió su primer cuento, un texto que desafortunadamente se ha extraviado, y del que, en consecuencia, poco se sabe.
La lectura que Pérez-Black hace de aquellos sucesos puede pecar de psicoanalítica, pero es suficientemente interesante como para ser consignada aquí: para el investigador, la torre caída ha de mirarse como un falo enorme que sucumbe; el ego que se hace trizas. Cuando aquel acontecimiento extraordinario tuvo lugar, Chesky había sufrido ya los rigores del exilio y los apuros económicos de sus padres; no era ya, en ningún caso, el niño que bendecía a su infantil amiga subido en un pedestal. Sobrecogido por la imagen del derrumbe, en el que vería la imagen de su propio yo fracasado, Chesky habría descubierto -siempre según Pérez-Black- cierta esencia de la literatura: escribiendo, aquel joven no forjaría un nuevo ego rampante, cuya solidez quedaría probada eminentemente en los predicamentos de su destrucción; el ego, en fin, consagrado en la imagen de la aguja de un templo. En su lugar, Chesky elaboraría, incesante, una precaria y misteriosa torre: una secreta, una ambigua torre de palabras.

martes, junio 20, 2006

Un cuento de Literatura y ajedrez

Es imposible saber qué pensó Moon Park, adolescente, sobre los cuentos que Chesky compiló bajo el título Literatura y ajedrez; el propio Park, hoy en día, asegura no recordarlo. Sin embargo, la pregunta sigue siendo pertinente: ¿qué pueden haber significado esos cuentos para quien era casi un niño?
En el tercero de los relatos -titulado "Sofía"-, por ejemplo, una mujer despierta repentinamente sólo para descubrir su lecho cubierto de sangre. Asustada, se palpa todo el cuerpo buscando una herida. Es una mujer solitaria, así que no puede pedir auxilio a nadie: se mira detenidamente en el espejo, pero es incapaz de descubrir herida alguna. A partir de ese momento el hecho le obsesiona de tal modo que termina por abandonar su trabajo, su casa: comienza a vagar por las calles como una mendiga. Parece no haber nada capaz de aliviarla. En la última escena, sin embargo, presa de una extraña serenidad, la mujer arranca de su cuello un medallón en el que puede leerse su nombre: Sofía, y después se suicida sumergiéndose en un lago.

lunes, junio 19, 2006

Nadiuska


Nadiuska, la extraordinaria bailarina mística, no nació en Rusia, sino en Bonn. Su verdadero nombre era Angela von Hofstadter: un apellido noble, como puede verse, y un apelativo que, de no haber sido sustituido, permitiría a la posteridad evocar los rasgos de aquella mujer bellísima, aunque de aspecto inalcanzable, espiritual.
Su madre huyó de Alemania perseguida por un escándalo que no es adecuado alimentar aquí, y la niña creció en la heladas estepas, al principio agobiada por los ecos de una lengua incomprensible, insomne por varios meses, a causa del temor que le producían los ermitaños que vagaban por los campos de Rusia. Después de un tiempo, sin embargo, había olvidado su antigua patria y conversaba nerviosa con otro niño: el futuro Doctor Chesky.
Angela era dueña de una clara inteligencia, a pesar de lo cual nunca aprendió a escribir; su madre intentó obligarla prohibiéndole tocar el piano, instrumento que la niña parecía amar sobre todas las cosas. Los resultados del castigo fueron absolutamente inesperados: Angela niña se perdía en las habitaciones de la gran casa, cantaba para sí, y sobre todo bailaba, al ritmo de una música inaudible.
Dos desafortunados acontecimientos determinaron su personalidad futura: el exilio de los padres de Chesky, aristócratas, pero enemigos del zar, y una inverosímil caída en un lago helado. Después de la partida de su único amigo, Angela dejó para siempre de hablar y comenzó a caminar descalza; de las heladas aguas emergió Nadiuska, un nombre que evoca la fugacidad y la nada. El reencuentro con Chesky y el posterior matrimonio, años después, no cambiaron fundamentalmente a aquella mujer misteriosa que se había entregado a la danza y al espíritu.
Diversos biógrafos han señalado la paradoja que acompañó la muerte de Nadiuska, aquejada de tuberculosis: ella persiguió siempre el aire, al que conjuraba dando enormes saltos -algunos aseguran que levitaba-: la espiritualidad de Nadiuska es la del cuerpo aspirando explícitamente a las alturas aéreas. Una enfermedad pulmonar parece, en su caso, una broma del destino.
En sus últimos días, a pesar de todo, no parecía menos iluminada, aunque es cierto que los constantes sofocos fueron el signo inequívoco de la proximidad de su muerte.

domingo, junio 18, 2006

Sueños


Una vez, el estudioso Moon Park, de padre coreano, pero habitante de las húmedas arboledas de la Florida, soñó con el Doctor Chesky.
Había comenzado a estudiar la obra del ruso mientras maldormía en las ruidosas habitaciones de una fraternidad en Stanford. Su madre era una judía de California que resultó embarazada en una comuna: Moon pudo haber sido mulato o mexicano, pero el destino le reservó como origen la sangre de la remota Corea.
En la adolescencia de Moon, su madre ya había vuelto al kosher y la sinagoga, un ámbito en el que un niño de ojos rasgados no tenía cabida, desde luego. Moon fue enviado a Nuevo México con su padre, un traficante de baratijas electrónicas que negociaba su mercancía en Ciudad Juárez, donde la vendía a precios exorbitantes -oro por cuentas de vidrio-. El socio del violento Park era un ruso de más de setenta años, de rasgos inequívocamente tártaros: él fue quien le regaló a Moon el primer libro de Chesky, un ejemplar del oscuro Literatura y ajedrez, en el que el viejo escritor reunía cuentos que tenían como tema secreto el parricidio.
Resulta difícil saber qué pensó Moon de aquellos cuentos, seguramente incomprensibles para un adolescente; en cualquier caso fue a Chesky, y no a otro escritor, a quien llegado el momento escogió como tema para su tesis. Cuando se mudó a Florida, a finales de los años noventa, hacía casi veinte años que se dedicaba exclusivamente al tópico que lo había convertido en un investigador reconocido entre sus pares, si bien necesariamente marginal.
En el sueño, Moon se veía a sí mismo como un niño al que Chesky cubría con sus largas barbas, mientras en el fuego ardía una irreconocible pieza de ajedrez.

Poesía y ciencia

El Doctor Chesky perteneció a cierta clase de hombres que ya no existen, o que quizá nunca existieron: aquellos para quienes la persistente nostalgia era una fuerza que los lanzaba hacia adelante. La mención de la nostalgia no debe, sin embargo, confundir a los lectores: Chesky se resistía a todo sentimentalismo; a decir verdad, ésa es una de las características de su personalidad más valoradas por sus biógrafos. Es justo decir que fue uno de los últimos escritores para los que la ciencia era un territorio abierto a la poesía, y ésta, por su parte, el resultado de miles de minúsculos experimentos.
Cuando su amada Nadiuska murió, él no compuso un previsible poema a los pies con que ésta clamaba a los dioses secretos -pies que ella usualmente llevaba desnudos, incluso en el frío o la lluvia-, sino que escribió una oda a sus pulmones destrozados. El poema fue escrito en una lengua estrictamente técnica, y comienza con las palabras: "Oh bacilos fagocitados por los macrófagos alveolares no activados, / oh citoquinas liberadas que atraerán más macrófagos y monocitos...".

sábado, junio 17, 2006

Aerostática


Un día cualquiera, mientras se entregaba a densas meditaciones, el Doctor Chesky descubrió cómo un haz de luz que se filtraba entre las maderas de su ventana rota atravesaba el lugar entero, para finalmente iluminar del modo más inesperado una foto que descansaba apoyada entre los libros de su pequeña biblioteca -tantas veces perdida en viajes interminables, desmembrada por soldados y carabineros-.
La foto era de su hija Marina, que había recibido ese nombre en recuerdo de los atardeceres costeros de la remota Kasajistán, ciudad martirizada primero por las hordas turcas y después por los sangrientos bolcheviques. Marina había muerto siendo niña, devorada por la tuberculosis, enfermedad que también se había llevado a su madre: Nadiuska, la bailarina-mística de la que Chesky se había enamorado en su propia infancia -mientras ambos reían sintiendo cómo sus pequeñas botas se hundían en la nieve eterna de las estepas-.
Chesky nunca pudo superar esa doble pérdida. Sin embargo, cuando aquel reflejo atravesó la habitación, el viejo escritor no pensaba en la muerte y en la poesía, asuntos gemelos desde el principio de los tiempos, sino en la aerostática: dibujaba los planos de un pequeño globo de gas. Al día siguiente, Chesky construyó el globo, le ató la vieja fotografía y lo lanzó al encapotado cielo de Rusia.