En un par de días estábamos en el umbral de una casa antigua y pequeña, con olor a humedad y a sábanas viejas en donde nos esperaban ya una anciana desdentada que bien podría tener 200 años y su cuidadora, una enorme rusa que parecía más fuerte que un toro. Siéntense, nos dijo la anciana, a quien por sugerencias de Silvia cambiaré el nombre y nombraré Olga. Nos acomodamos en unos cojines que no correspondían a las costumbres de esa zona geográfica, sino que daban pie a pensar que Olga era en realidad descendiente remota de los antiguos pobladores de Turquia o de Uzbekistán. El amigo de Silvia y nieto de Olga, comenzó a advertirnos unas cosas que Olga le pidió que nos dijera. En efecto, estaban a nuestra disposición la parte de los diarios de esas épocas, y en efecto, figuraba alli el nombre de un señor de apellido Chesky. Olga sabía en esos tiempos que ese señor era un escritor, o algo asi, pero no fué sino hasta mediados de los 90´s, hace cosa de 5 años, que supo que era un escritor que se estaba volviendo famoso, que algunos investigadores occidentales y ex-soviéticos lo estaban rescatando del anonimato en que el régimen detrás de la cortina de hierro lo había mantenido sumido durante tanto tiempo. Durante la mayor parte del siglo nadie sabía que existía un poeta de altos vuelos, pensador original y hombre excéntrico más allá de las connotaciones que la burguesia o el comunismo atribuían a esa palabra. Hay quienes prefieren ver en Chesky hoy día, más a un místico que a un escritor. Otros, menos entusiastas, lo consideran el primer posmoderno, auténtico heredero de Nieztsche, minimalista a veces, barroco extático de vez en cuando, siempre contra la corriente de las masas, héroe de locos y por qué ocultarlo, jugador genial de pokar. Todas estas facetas han podido descubrirse recientemente gracias a las investigaciones de algunos eruditos y de algunos aventureros. El régimen soviético ciertamente no vió nada de él que según su criterio valiera la pena. Debido a eso tal vez, Chesky no sufrió demasiado en carne propia el terror de las purgas, y nadie hasta ahora puede afirmar que haya estado prisionero en Siberia o que había sido torturado. Según algunos otros biógrafos existe un oscuro episodio en que Chesky fué interrogado toda una noche en un crudo invierno, pero según parece indicarlo su diario, no se trataba de imputarle ningún delito, sino de asegurarse que no sabía nada de actividades subversivas entre sus conocidos. Pese a esta opinión común, hay un articulo recientemente publicado en la revista ¡Bogisnkaya!, por parte de un joven estudiante de matemáticas que afirma haber descubierto mensajes cifrados en los poemas inconclusos de Chesky. Los resultados son poco heróicos o subversivos, en su mayor parte son oscuras menciones al mal clima. Lo único significativo es la reiteración en más de un centenar de ocasiones de una frase por demás inquietante: Bach es la duda del viento.
En esos tiempos, sin embargo, Chesky era para Olga simplemente un hombre atractivo, dotado de una brillante inteligencia que se notaba incluso en el mercado donde se conocieron. A decir verdad, Olga no estaba seguro que su chesky y mi Chesky fueran la misma persona. Alguna vez había visto una foto suya pero ella lo había conocido sin barba. Había un problema, continuó el nieto de Olga, al que también he cambiado el nombre pero que llamaré Iván. En la época en que Olga conoció a Chesky y se hicieron amantes, ella estaba casada con el que fué su marido hasta que murió en la década de los 70, asi que tal vez para mitigar una culpa que no la dejaba morir en paz, accedió a mostrarnos esos diarios, sacando a la luz su pecado, indecisa sobre si lo hacía para expiarlo o simplemente por que ya no se sentía con obligación de esconderse o de rendirle cuentas a nadie, ni siquiera al fantasma o memoria de su marido. La habitación estaba en penumbras pese a que era medio día, las cortinas eran de lana gruesa y opaca y solo alcanzaba a colarse un haz de luz que iba a parar en una estufa de leña en la que se calentaba agua para café. La enorme matrona, dueña de una delicadeza de movimientos digna de un hipopótamo sumergido en un río, nos alcanzó nuestras bebidas. Olga había cerrado los ojos, y dada la actitud de Iván y de la enorme valquiria, (a quien por economia y consideración llamaré Nadja), que se quedaron quietos y callados bebiendo su café (un café fuertísimo) como si estuvieran esperando una noticia muy importante de alguien que estuviera por llegar, Silvia y yo hicimos lo mismo. Suponiamos que Olga dormía y dado que sus vigilantes no decían nada, suponíamos que despertaría de un momento a otro, asi que nos quedamos mirando al suelo, sorbiendo la bebida caliente que para entonces ya me resistía a llamarla café, haciendo el menor ruido posible. Y supusimos mal, la venerable Olga, que haciendo cuentas superaba al menos por unos meses los 100 años de vida en esta tierra de ayes, se quedó perfectamente quieta y profundamente dormida por mucho tiempo. Su respiración silenciosa llenaba a cada segundo de un penentrante olor a viejo todos los rincones de la casa, nuestras ropas, nuestras memorias, y las horas se hicieron interminables. Cuando, al cabo de media hora del sueño de Olga intenté pedirle una explicación a Iván, éste me pidió silencio con la mano y con una expresión de fastidio, como si fuera muy natural que yo debiera entender que esperar en estas circunstancias era lo que debía hacer. Al cabo de una hora fue Silvia la que intentó moverse para poner sobre una mesita su taza de café, siendo reñida por la flamigera mirada de Nadja, quien de haber podido hacer más ruido, seguramente la habría alzado en vilo sobre sus hombros y arrojado por la ventana, en medio de un estrépito de vidrios rotos y de ayes en español proferidos en tierras donde sólo se oían ayes en ruso. Asi que nos resignamos y pasaron 4 horas hasta que en medio de un poderoso suspiro lanzado por Olga, suspiro que ponía fin a su siesta de la tarde, el tiempo comenzó lentamente a ponerse en marcha de nuevo. Muéstrales, digo Olga a Nadja, y la enorme suegra de Thor nos extendió a Silvia y a mi unos viejos cuadernos cuya tapa tenía un color original imposible de descifrar...