lunes, octubre 08, 2007

Los biógrafos del Dr Chesky han dado recientemente con un hilo extraviado de la ya de por si compleja y esquiva biografia de este ruso inmortal. La Dra Woo, dió a conocer recientemente el hallazgo de unas actas de nacimiento que la hicieron llegar hasta España. Toda la familia conocida del Dr. Chesky murió durante la segunda guerra mundial o durante el régimen que la siguió. Woo logró averiguar incluso el nombre del campo siberiano donde están enterrados los restos de Volodya y Slava, sobrinos segundos de Chesky. Sin embargo, de las actas de nacimiento mencionadas se deriva claramente el nacimiento de un hijo que Sviatoslav (Slava) tuvo con la cocinera de un barco pesquero gallego que encalló durante el invierno en las frias aguas rusas. Al parecer, -siempre según Woo, doctorada en Friburgo- Slava y Yolanda se enamoraron al grado de que ella renunció a su puesto en el barco, que zarpó sin ella apenas mejoraron las condiciones del clima, y vivieron felices hasta un año después, cuando ella se enamoró de nuevo, esta vez de un grumete rumano de fuerza prodigiosa con el cual escapó.


Con el inicio de la guerra, el niño fue puesto al cuidado de la embajada española, pues Slava fue de inmediato mandado al frente, lugar en donde a base de milagros sobrevivió al invierno y a los alemanes. Sin embargo fué finalmente asesinado en condiciones poco claras en la remota región de Tunguska, mientras se hacía célebre por su debilidad pero también por su tezón y terquedad ejemplares, al empeñarse en seguir participando en los torneos de vencidas que organizaban regularmente los condenados a ese remoto agujero. Asi pues, el régimen Franquista español, fecha la llegada de Octavio Castro, (Woo asegura tener en su poder, el acta de nacimiento que le fué hecha al niño a su llegada a España, en donde evidentemente le pusieron el nombre que mejor les pareció, y le cambiaron el apellido ruso que tenía -"poco cristiano" según las conjeturas de Woo- y le pusieron el de su madre, cuya identidad estaba perfectamente documentada), en el año de 1940, y como no habia señales de Yolanda, fue de inmediato asignado a una casa de acogida para huérfanos dirigida por el Opus Dei.



Recalcitrantemente introvertido, Octavio se negó a hablar hasta bien entrados los 8 años, tenían que limpiarle el culo hasta los 7, darle la comida en la boca hasta los 6. Hoy, casi a la edad de 70 todavía se orina en la cama. El niño fué enviado a Madrid a la edad de 16 años, sabiendo carpintería y según él, contento de que nadie se haya atrevido a adoptarlo. Vagabundeó aqui y allá -"nunca he sido un animal de trabajo", asegura-, aceptando con el paso de los años lo que otros llaman holgazanería pero que para él es una incontestable vocación místico-ascética. Según él mismo, debido a su estancia bajo los cuidados del Opus, esa vocación no pudo ser canalizada por la vía del sacerdocio católico, pues las heridas emocionales eran demasiado graves como para tener esa inclinación. En cambio, como sucede tantas veces, el arte fue el camino por el que tanto de su interior pudo salir a la luz. También es aficionado a la astrología y a la ufología, a la criptozoología y a las teorías de la conspiración. Sus gustos musicales son amplísimos, desde Bach, a quien venera con algo parecido a la saña, a la envidia; hasta John Williams, quien es según su parecer heredero de Tchaikovsky, lo mismo que Schönberg es heredero de Haydn. Prokofiev por ejemplo, según Octavio no es heredero de nadie. Este es su compositor favorito.



En los 70, vivió mucho tiempo en la calle, esbozando, pensando, escribiendo poemas en papelitos que luego olvidaba o regalaba a personas que lo echaban al cesto de la basura a la primera oportunidad. Su hora no había llegado, pensaba, convencido de que algo inminente, brutal, estremecedor ocurriría en algún momento. Aseguraba no haber leído más de 4 o 5 libros en toda su vida: Una versión para niños de las mil y una noches, comics del llanero solitario (para él, estos comics cuentan como libro), una novela de misterio cuyo título, trama y autor ha olvidado por completo y un libro o novela de la que no recuerda nada, salvo que hablaba de un niño solitario cuyo gran placer en la vida era ver hacía arriba en las tardes nubladas. No en las mañanas nubladas, no en las noches nubladas. Sólo en las tardes. El niño estaba enamorado de una niña pálida y delgada, muda, de pelo rizado, negro. No recuerda si el niño era mudo también, o no, lo que si recuerda era que ese niño escribía, y que todos sus textos iban a parar a las manos de la niña, y que ella los hacía una bolita con suavidad, con delicadeza, con amor tal vez, y luego los quemaba y se iba.



Su producción es en cambio enorme. Tiene en su casita de balas de paja en la que vive desde hace casi 20 años, (decidió asentarse en un valle a las afueras de Madrid a la edad de 50 años. Según él a esa edad sentía con fiereza que el evento que iba a cambiar su vida ocurriría de un momento a otro, se hizo vegetariano y se quitó los zapatos para no volver a usarlos, al menos hasta el día de hoy) toda una pared tapizada de textos que no le interesa publicar. He estado en ese cuarto, en esa habitación (no me atrevo a llamarle casa). Allí parece no habitar sino un fantasma viejísimo. Pedí permiso a Octavio para hojear sus textos. Ni me miró ni me contestó; se sentó a beber una infusión, escribiendo, garrapateando, suspirando, mirando hacia arriba, tocándose la cabeza. Tomé valor y me dirigí a esa pared en donde vegetaban en frágil equilibrio tantos y tantos textos -todos en libretas-. No tenía idea de que contenían. Ya en ese trance, no tenía idea de que demonios era lo que estaba yo haciendo en la habitación de un loco. Tomé una libreta al azar y la primera página estaba llena de una sola oración. "No soy Octavio". Me asusté, asi que pasé de página: Las hojas eran todas iguales. Toda la libreta, en letra minúscula decía lo mismo, sin comas ni puntos, solo esto: No soy Octavio. Me dió miedo seguir viendo, me di vuelta y lo ví sentado en la misma actitud y asi estuve durante un buen rato, mirándolo en silencio sin que él se diera cuenta de nada. De repente sonrió y dijo joder, acabo de recordar cuál es el otro libro que leía de niño, un ejemplar con dibujos, a manera de comic de las vidas de algunos santos; san Antonio, dijo, si, Antonio y Benito, claro. Me pareció que estaba emocionado, pero no me atrevería a asegurarlo. Siguió sonriendo mientras murmuraba algo y luego se sumió de nuevo en sus esbozos. Salí del cuarto a fumarme un cigarro y al pasar junto a él vi que además de letras dibujaba un insecto, un insecto gordo y con antenas serradas. Una vez afuera, prendí mi cigarro y pensé de debía calmarme. En eso lo vi, un enorme abejorro me observaba desde un matorral cercano. Me dieron ganas de llorar y lloré.