sábado, junio 17, 2006

Aerostática


Un día cualquiera, mientras se entregaba a densas meditaciones, el Doctor Chesky descubrió cómo un haz de luz que se filtraba entre las maderas de su ventana rota atravesaba el lugar entero, para finalmente iluminar del modo más inesperado una foto que descansaba apoyada entre los libros de su pequeña biblioteca -tantas veces perdida en viajes interminables, desmembrada por soldados y carabineros-.
La foto era de su hija Marina, que había recibido ese nombre en recuerdo de los atardeceres costeros de la remota Kasajistán, ciudad martirizada primero por las hordas turcas y después por los sangrientos bolcheviques. Marina había muerto siendo niña, devorada por la tuberculosis, enfermedad que también se había llevado a su madre: Nadiuska, la bailarina-mística de la que Chesky se había enamorado en su propia infancia -mientras ambos reían sintiendo cómo sus pequeñas botas se hundían en la nieve eterna de las estepas-.
Chesky nunca pudo superar esa doble pérdida. Sin embargo, cuando aquel reflejo atravesó la habitación, el viejo escritor no pensaba en la muerte y en la poesía, asuntos gemelos desde el principio de los tiempos, sino en la aerostática: dibujaba los planos de un pequeño globo de gas. Al día siguiente, Chesky construyó el globo, le ató la vieja fotografía y lo lanzó al encapotado cielo de Rusia.